El cuadro es cotidiano. Anexos a escuelas, oficinas, estaciones de bus, paradas de taxi o mercados de cualquier ciudad senegalesa, cada día sobre las siete de la mañana empiezan a montarse pequeños tenderetes de comida para satisfacer las tempranas necesidades de los viandantes. Bocadillos de huevo, guisantes, niebe (legumbre local) con cebolla y patatas fritas acompañan los vasos, bien calientes, de Nescafé o café Touba, una bebida especiada tradicional.
“Salgo de casa a las seis de la mañana y no tengo tiempo para desayunar”, dice Habibatou Diallo, en un puestecito en la Avenida de la Independencia, en Dakar. Pese a la dificultad de poner cifras a este sector, mayoritariamente informal, los expertos calculan que millones de senegaleses realizan alguna de las tres principales comidas del día, fuera de sus casas. Según la FAO, el sector de la alimentación de calle (street food) ha adquirido estos últimos años una dimensión importante en los centros urbanos africanos, donde la rápida urbanización y las dificultades económicas han fomentado el aumento del número de vendedores ambulantes de comida.
El cocinero, “gran consumidor” y organizador del Festival de Street Food de Dakar, Tamsir Ndir entiende este fenómeno como “un arte”. “La gente se encuentra e intercambia en estos puestos de calle. Son referentes en las ciudades, parte del paisaje urbano y un sector de infinita creatividad y resiliencia”, explica.
A principios de diciembre se celebró la segunda edición del evento, de naturaleza móvil y que este año se instala en el jardín del Museo Theodore Monod (Ifan), en el barrio de Plateau, en la capital. En él se funden los diferentes aromas de las comidas de la jornada: a primera hora desayunos, el mítico puesto de La Grotte del mercado de Sandaga asegura las brochetas de carne a 100 francos CFA (un euro y medio).
Sobre el mediodía comienzan a llegar varias mujeres de la zona del mercado de Kermel, con los llamados “platos pensión”: recetas tradicionales senegalesas, como el ceebu jën (recientemente incluido en la lista de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO), el mbaxalu saalum, el ceebu kethiakh… Ya es raro que las familias de zonas urbanas preparen estos platos a diario, como se sigue haciendo en el rural, así que comprarlo preparado es una opción irresistible para mucha gente, que come con el tiempo contado. “Hacía mucho tiempo que no comía un arroz con pescado seco tan bueno”, no duda en decir Ibrahima, de paso por el festival culinario, en el que participaron unas mil personas en 2021.
En una zona de sombra, los frutos secos y zumos locales hechos a base de hibisco (bissap), fruto del baobab (buuy) o ditakh se conjugan con los juegos de mesa, que se suelen sacar al aire libre también en los centros urbanos, refugiados del calor bajo cualquier árbol, en cualquier acera.
Para Ndir este evento es un momento de “homenaje a la comida de calle”, ya que considera que mucha gente “minimiza su rol significativo tanto económica como nutricionalmente”. El responsable de cocina del conocido restaurante Bideew Bi trabaja con algunos de los vendedores de Dakar en la organización de su trabajo y les invita a invertir un poco en sus puestos para que sean más acogedores y agradables. “Por ejemplo, les aconsejo cambiar la pintura por azulejos para facilitar la limpieza”, explica, reconociendo que la falta de controles higiene es una de las barreras que frena el reconocimiento social de la street food.